jueves, 11 de marzo de 2010

En la niebla del aula

Las serpientes se despertaron por culpa de los gorilas, quienes hacían demasiado ruido jugando en la profundidad de la selva.

Molesta y enrabietada, como una peluquera adolescente tras perderse Gran Hermano, la víbora mayor intentó inyectar su veneno de segunda categoría en el cuello de los primates. Quería introducir las toxinas de su griterío en sus agitadas venas, que convulsionaran para conseguir un gesto de arrepentimiento.

Pero la piel de los gorilas era demasiado gruesa.

No hubo pinchazo, ni glóbulos rojos derramados. Los peludos animales admitieron su infantil conducta, para luego mirar de arriba a abajo a sus siseantes amigas y dedicarles un humillante giro de espalda.

Total, sólo se trata de unas insignificantes serpientes. Qué sabrán ellas de golpearse el pecho con los puños, de enseñar los dientes con cada grito de guerra.

Son las leyes de la selva, establecidas por un mundo imperfecto.
Acostumbraos, serpientes.

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