martes, 27 de septiembre de 2011

Lo siento, Malcolm

Detesto abandonar un libro sin terminarlo. No ocurre con frecuencia, pero cuando tomo en consideración esta posibilidad suele deberse a lo difícil que me lo pone el escritor para aguantarle. Estoy licenciado en perder el tiempo, pero no me gusta combinar esta disciplina con la lectura. Son pocas las obras que he enterrado, pero hay momentos en los que pienso que el tiempo que malgasto leyendo ladrillos infumables podría aprovecharlo comenzando otos libros más interesantes. Es tiempo de reciclar volcanes.

Desean ser como Bono

Quieren una sonrisa de seis mil euros y practicarla delante del espejo. Unas gafas de sol que realcen su presencia y proyectos en solitario para que sus caras ocupen toda la portada. Salir en una foto con Mandela y convertirse en un pedazo de solidaridad con piernas. Que la población les mire con orgullo y piensen en los veinte centímetros que mide su compromiso social. Los guapos. Los exitosos. Lástima que únicamente funcionen cuando tienen delante una cámara de fotos. O diez. Cuantas más mejor. Y es que la imagen es un juguete muy valioso, un superhéroe que dispara cohetes con los puños y que las madres devuelven al estante tras comprobar su precio. Gusta gustar. Ser el más sensible del vecindario, desayunar flashes y abrazarse a un buen puñado de adulaciones. No tengo ni idea de si el vocalista de U2 forma parte de esta tipología, pero hay muchos en una escala inferior que buscan convertirse en Bono. Cada catástrofe es una nueva oportunidad para llamar la atención de la profesora; pero cuidado, alguien más listo que vosotros podría darse cuenta desde la fila de atrás y tildaros de oportunistas. Si eso ocurre no os preocupéis. Sonreíd. Seguro que cerca habrá una cámara.

lunes, 26 de septiembre de 2011

De nuevo, la urbe

El final de las vacaciones me ha pillado con los pantalones bajados. La sobredosis de vaguería sufrida en agosto ha llevado al Espíritu de la Rutina a perseguirme con un rotulador rojo para inyectarme un chute anal de adrenalina. Por suerte he reaccionado a tiempo, me he colocado los tejanos a la altura de los sobacos y he apretado el cinturón hasta unir el ombligo con la espalda. Ahora estoy preparado, en guardia, con actitud bronsoniana, dispuesto a plantar cara al otoño y a su séquito. De la fina arena al frío asfalto, de vuelta al juego.