lunes, 20 de diciembre de 2010

Una mañana peleona

Las paredes de la Universidad temblaron y en el hombro me salpicó un poco de techo desprendido. Fue en ese momento, tras el agónico rugido de tripas, cuando me entraron unas ganas mortales de ir al cuarto de baño. El reloj me decía que no era el momento más adecuado, pero ESO tenía que salir, aunque significara llegar tarde al examen.

Una vez convertido el trono de Roca en las ruinas de Nagasaki, salí ciego de satisfacción y dispuesto a limpiarme el culo con la evaluación. Cuando entré en en el aula, todos mis compañeros estaban sentados y a punto de comenzar el examen. Quise ir a mi sitio, pero tras dirigirme una mirada inquisitiva, el profesor negó con la cabeza y señaló la puerta con la misma, como ejemplo ilustrativo de que se negaba a examinarme por mi falta de puntualidad.

No me inmuté. Ni siquiera me planteé salir de la clase. Fui tranquilamente a su mesa, aclaré la voz y me incliné hacia su oído izquierdo.

Le conté la forma que adopta el miedo cuando navega entre café y salchichón. Le hablé de la masa que se forma en el cuerpo a base de gritos y materia en descomposición. Bandidos de mala madre se estremecen como niñas al oír las leyendas de la montaña marrón que encoje las almas y se las come. Le expliqué el nacimiento de la locura, y el río de fluidos fecales en el que desemboca. En definitiva, le hablé de la mierda que me vi obligado a expulsar para que entendiese el por qué de mi tardanza y así me absolviese.

El profesor no movió ni un solo nervio. Los ojos, fijos e inexpresivos, se le humedecieron a medida que sus vasos capilares enrojecían. Abrió la boca y soltó un quejido casi imperceptible, pero que pude descifrar con claridad:

-"Ah... adelante"


Mis compañeros no daban crédito a lo ocurrido. No pudieron escuchar lo que le dije al profesor, pero aún así percibieron aquellas palabras como una intensa declaración de intenciones. Pensaron que le dije alguna barbaridad, algo digno de El Padrino. Cabezas de caballo entre las sábanas y esas cosas. No quise desmentirlo.

Ahora soy Vito Corleone y sé qué forma escoge el terror a las once de la mañana.

Y no, esto nunca ocurrió.

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