domingo, 17 de octubre de 2010

Malas pulgas

Es curiosa la actitud de ciertos perros. Nunca me han despertado demasiada simpatía, y menos cuando se ponen pesados; pero peor que un perro que no deja de dar vueltas y saltar sobre tus piernas para llamar la atención, es un perro que muerde sin que te lo esperes.

Hace años leí (o me contaron, no estoy seguro) la historia de un perro que jugaba continuamente con el nieto de su dueña, un niño de corta edad. Un día, la abuela abandonó la casa para hacer unas compras, y cuando volvió encontró al pequeño muerto y con numerosas mordeduras por el cuerpo. Según contaron ciertos entendidos, el animal le atacó por un motivo de celos.

Otros casos más conocidos son los de perros que mientras pasean, se les cruzan los cables y se lanzan al cuello de otras mascotas, y en el peor de los casos, de niños pequeños. Los mismos entendidos comentan que ocurre porque se sienten agredidos y provocados. Dentro de la cabeza del chucho puede parecer razonable, pero para una persona estas acciones no tienen defensa alguna teniendo en cuenta el alcance de las consecuencias.

La solución suele pasar por ejecutar al perro.
Hay gente más precavida que opta por no tenerlos.

Con las personas puede pasar algo similar. Perciben agresiones donde no las hay, y al sentirse atacados sacan los dientes. En este momento es cuando ignorar se convierte en la correa más eficaz.

Hay veces que estar en silencio es el mejor arma para darte la razón.

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