jueves, 16 de julio de 2009

Perturbable

El vaquero entró en el saloon con la misma mirada reseca de siempre. No hay día ni taberna a la que no entre sin esa mirada propia de un film de Leone. Se irguió hacia el tabernero y señaló con el borde de su sombrero una botella de whisky. El hombre la retiró de la estantería y quitó el tapón. Le sirvió sin siquiera mirarle. El vaquero observó el vaso y el límite al que llegaba el líquido marrón. Hizo un gesto con la cabeza y el barman volvió a inclinar la botella. Una vez servido bebió, devolviendo el vaso boca abajo a los pocos segundos sin el más leve carraspeo. Acomodó sus dos codos en la barra. Una de las putas que concurría el local se le acercó con la misma simpatía que tendría un trabajador recién despedido.

- No quiero nada - escupió el vaquero mientras se miraba en el sucio reflejo del vaso.
- Puedo presentarte a una amiga, si quieres - le replicó con nulo interés.

Sus miradas no se cruzaron en ningún momento. El vaquero comenzó a pensar que la puta no era tal, sino una pueblerina que buscaba acomodar las nalgas de su desconocida amiga en algún forastero con pinta de tener la bolsa llena. De monedas, quiero decir. O tal vez se podría tratar de una cateta con escasas habilidades sociales que buscaba algo de conversación. De cualquier manera, el vaquero lo tuvo claro nada más verla.

- No me interesan las celestinas. Déjame en paz.
- Eres repelente.

El vaquero se giró con desgana. Su arqueado sombrero le tapaba la cara. Con un ágil movimiento y gracias a la rapidez de su muñeca, agarró por el pelo a la mujer y metió su cara dentro de la escupidera. La impertinencia le irritaba. Era de los que pensaba que uno debía tragarse sus palabras si estaban fuera de lugar. Y un buen trago de saliva ajena servía como sustitutivo.

Mientras tanto, el vaquero pidió otro vaso de whisky.

Sin mirar a nadie.
Sin que nadie le mirase a él.

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