jueves, 29 de octubre de 2009

Consideración al cliente

Tras varios días proponiéndolo, decidimos entrar en el garito por primera vez tras la reforma.

La persiana metálica corrida hacia arriba invitaba a la intromisión. Allí estaba, con las piernas abiertas, el antro donde hacía unos años pedíamos cambio para que nos desplegaran un buen surtido de chupitos.

Este bar, de suma importancia para el desarrollo de nuestra adolescencia, cerró justo cuando terminamos un ciclo, y ahora como un Ave Fénix resurge de sus cenizas bajo otra identidad para atender a los que les gusta jugar con un vaso de cinco centímetros y un golpe seco de muñeca por el módico precio de un euro.

Así era.
Así lo recuerdo.

Entrar, palmear la barra con la mano abierta, retirarla y dejar al descubierto la moneda.

El chorro rebotando en el culo del vaso. El rápido desplazamiento hacia los labios y la nuca plegada hacia atrás; las cejas contraídas, los dientes chirriando.

Siempre me ha gustado el simple trueque que se produce con una moneda de un euro, ya sea por una hamburguesa del McDonalds o por un periódico. Por eso cuando subieron hace algunos años el precio del autobús urbano me mosqueé: aparte de la moneda de rigor, tenías que abonar varios céntimos más, con el consiguiente engorro de estar buscando moneditas del tamaño de una uña por toda la cartera. Menos mal que recapacitaron y lo devolvieron a su precio "original".

A día de hoy y gracias al abono transporte, este problema lo tengo más que superado.

Una vez dentro del nuevo garito, observamos los primeros cambios realizados en su diminuto interior: cambio de pintura, carteles despegados... Lo más destacable era la retirada del apoyadero que había frente a la barra, situado a la derecha, sustituido en su lugar por unas mesas de un metro de altura y dos tipos de asientos: uno pegado a la pared (uniforme y de una sola pieza) y frente a éste varios asientos individuales cementados al suelo, separados por un ligero espacio.

Nos acercamos a la barra. Los camareros me suenan, parecen antiguos clientes. Pedimos cuatro chupitos, uno para cada uno. Tequila. Nos lo bebemos a lo John Wayne, y los digerimos como niñas. La falta de práctica. Si nos viera nuestro yo del pasado nos pegaría una patada en las pelotas. Tomamos el segundo como niñas, y lo digerimos a lo John Wayne. La cosa iba cambiando.

Después de caer el tercero pedimos la cuenta, y los números no nos salen. Un euro por trago... sólo hay que multiplicar, la tabla del uno. Fácil. Le pedimos explicaciones a la camarera y nos las da gustosamente: habían subido el precio del chupito.

NO.

Un sitio característico por esos precios no puede cambiar las normas no escritas del coste del producto así como así. El consumidor se merece un respeto. Pero claro, el sitio no era el mismo al fin y al cabo, y se sintieron en la obligación de imitar los precios de la competencia.

Un mito caído. La quema de Troya.

Esto hizo acordarme del tema del autobús urbano, cuando de pequeño tenía que buscar esas monedas que se resistían a ser localizadas.

Ellos volvieron al precio original.
Espero que el bar recapacite y haga lo mismo.

1 comentario:

Headache dijo...

Que cabrones... que vuelvan las aguas a su curso por lo menos para poder agarrarnosla barata. Por favor.