Con la media noche bien avanzada y los dos pies sobre la mesa, bombardeo la pantalla del ordenador a base de fútiles clickeos. Los agudos sonidos que produce el ratón no me llevan a ningún sitio, el barco que navega por internet tiene una brecha en la proa y no hago más que visitar las mismas páginas una y otra vez, cada cinco minutos.
Abro la web, la miro y la cierro.
Me rasco la espalda.
Jugueteo con la luz del flexo.
Abro la web, la saboreo y la cierro.
Hago pompas con la saliva.
Carraspeo.
Abro la web, la escucho y la cierro.
Es el momento en el que la cama levanta el cuerno del reposo y me llama para batallear entre la almohada y el colchón. El cansancio se pasea por mis huesos, pudre mis calcetines y dibuja un bonito surco bajo mis ojos. Es entonces cuando suena mi móvil.
Me llaman para que baje a tomar una cerveza.
No sé decir que no.
No puedo decir que no.
Abro por última vez la página, la toco y la cierro.
Fijo mi mirada en el cristal, en el cuadro de la persiana y su mensaje.
Abro la ventana, huelo la calle y la cierro.
Encontré la salida.
martes, 13 de octubre de 2009
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